Com Walter Benjamin a Infància a Berlín cap al 1900, Peter Altenberg (Viena, 1859-1919) testimonia amb els seus «esbossos» l’ànima de la societat vienesa del final del segle XIX i la seva infantesa en el si d’una família de comerciants jueus. Amb els seus relats impressionistes, l’escriptor mira cap enrere per recuperar amb nostàlgia la innocència perduda i també el passat col·lectiu d’un país, una societat i una manera d’entendre el món que estaven desapareixent.
La prosa d’Altenberg —amic d’Egon Friedell, Karl Kraus, Alfred Polgar, Arthur Schnitzler i altres autors de la Jove Viena— és inèdita en català. En castellà se’n poden llegir dos reculls: Páginas escogidas (traducció d’Adan Kovacsics, Grijalbo Mondadori, 1997) i Amanecer en el Prater (traducció de Blanca J. De Carranza y Queirós, Ellago, 2008). Precisament aquest segon recull inclou una narració titulada “Recuerdo” (publicada amb el títol d'”Erinnerung” al volum Neues Altes, Berlín, 1911), que reprodueixo a continuació, seguida de l’original alemany.
RECUERDO
En el Rathauspark hoy huele a nobles árboles y arbustos. Hay sombra por todas partes y se está fresquito. Pero en aquella época no era más que un infinito prado gris con estrechos caminos pisoteados, polvorientos o llenos de lodo. Un día apareció ahí una caseta de madera, el primer panorama de Viena, que se llamaba «El monte Rigi». Olía a quinqués, y mi preceptor y yo nos sentábamos en pequeñas sillas de paja a primera fila. Veíamos pasar el Rigi, todos los lagos y todas las sierras montañosas a gran velocidad al ritmo de la música de un organillo italiano. Luego oscurecía poco a poco, y las ventanas del Berghotel se encendían, porque estaban recortadas y detrás había luz. Eso me gustaba mucho. Un día, más adelante, participamos en el paseo experimental del tranvía de caballos, desde Schottering hasta Dornbach. Me di cuenta de que sonaba la campanilla todo el rato, lo cual hasta ahora, con los carruajes, no ocurría. En general, la gente lo consideró peligroso y poco seguro y no quedaron convencidos de que algún día llegara a ser popular.
Los domingos los pasábamos en Hietzig, en el café Domayer. Era muy agradable que nuestro padre tuteara al chofer y conversara con él con familiaridad. Lo veíamos como un rey bondadoso. Las propinas eran enormes, de algún modo la compensación por haberse tomado la confianza del tuteo. Regresar del campo en carruaje al anochecer es lo más bonito del mundo; uno duerme como un tronco. Y maldice el momento de la llegada; el coche ha sido la mejor cama que existe. Ahora hay que subir escaleras, desvestirse, unas tareas de lo más enojosas.
Para nosotros las manzanas al horno jugaban un papel muy importante. Después siempre quedaba su olor en las habitaciones. Ahora eso se ha perdido. También las castañas estofadas, de color dorado reluciente, encima del puré de col verde oscuro, era un festín que ahora está desapareciendo. A la nueva generación todo eso no le importa lo más mínimo.
Idolatrábamos a nuestros preceptores e institutrices, y ellos a nosotros. Los padres quedaban relegados a un discreto segundo plano, cobraban protagonismo solamente en situaciones excepcionales. Eran simplemente el «Tribunal Superior». Vivíamos en un mundo de «idilios románticos», por eso luego nos costó tanto acostumbrarnos a la vida real.
ERINNERUNG
Der Rathauspark duftet nun von edlen Bäumen und edlen Sträuchern. Es ist kühl und schattig. Aber damals war es eine endlose graue Wiese mit eingetretenen staubigen oder kotigen schmalen Fußwegen. Eines Tages stand eine grüne Bretterbude da, das erste Wandelpanorama in Wien, genannt »Der Rigi«. Es roch nach Öllämpchen, und mein Hofmeister und ich saßen in der ersten Reihe auf Strohsesselchen. Der Rigi und alle Seen und Bergesketten zogen an uns vorüber, zu den Klängen eines italienischen Werkels. Dann wurde es allmählich finster, und die Berghotelfenster beleuchteten sich, denn sie waren ausgeschnitten und dahinter Licht. Das gefiel mir. Später machten wir eines Tages die erste Pferdetramwayversuchsfahrt mit, vom Schottenring bis Dornbach. Es fiel mir auf, daß es fortwährend klingelte, was bisher bei den Fuhrwerken nicht zu beobachten war. Man hielt das Ganze für gefährlich und unsicher und glaubte nicht recht daran, daß es sich einbürgern werde.
Die Sonntage wurden in Hietzing bei »Domayer« verbracht. Es fiel uns angenehm auf, daß unser Vater dem Fiaker, der uns führte, du sagte und sich in leutselige Gespräche mit ihm einließ. Er kam uns vor wie ein milder Potentat. Die Trinkgelder waren enorm, gleichsam die Entschädigung für das vertrauliche Du. Die Rückfahrten vom Lande abends sind das Schönste; da schläft man wie ein Toter. Man verflucht den Moment der Ankunft, der Wagen ist das wunderbarste Bett gewesen. Aber jetzt kommt Stiegensteigen, Ausziehen, eine unsäglich beschwerliche Arbeit.
Gebratene Äpfel spielten bei uns eine große Rolle. Alles duftete in den Zimmern danach. Das ist ganz abgekommen. Auch gedünstete Kastanien, goldigglänzend, auf schwarzgrünem Kohlpüree, waren eine Festspeise, die jetzt im Absterben begriffen ist. Die neue Generation macht sich nichts daraus.
Wir vergötterten unsere Hofmeister und Gouvernanten, und sie uns. Die Eltern spielten nur eine zweite diskretere Rolle, traten erst in Aktion bei außergewöhnlichen Ereignissen. Sie waren einfach der »Oberste Gerichtshof«. Wir lebten »romantische Idyllen«, deshalb fiel es uns später so schwer, dem realen Leben Genüge zu leisten – – –.